Spinoza y la pasividad dentro de la estructura material del pensamiento

 

Por: Johanna Rodríguez Rangel

La imaginación  dentro del sistema spinozista, es una condición natural e inherente al ser humano, es el primer régimen natural del alma que se caracteriza por ser una cosa singular existente en acto en donde se piensa con cierta pasividad y recepción, su orden al igual que el del entendimiento pertenece a un orden causal del pensamiento, dentro de éste régimen natural dotado de pasividad el alma se encuentra dominada por las afecciones que forman ideas confusas o fragmentadas que llevan al hombre a la pasión.

Cuando nos encontramos en la imaginación el alma solo es capaz de percibir mediante un impulso que no viene de ésta, sino de causas externas. El sujeto que imagina solo conoce del mundo una realidad fraccionada misma que está en constante movimiento según las afecciones de éste por lo cual vive inmerso en un mar de opiniones sobre las cosas no en tanto lo que son ellas en sí mismas, sino según el modo en que le afectan, es por eso por lo que se dice que vive permanentemente en la ilusión.

Las ideas de la imaginación son tan objetivas como cualquier otra, pero estas se forman dentro de un contexto desordenado y confuso, siendo así que  las ideas propias de la imaginación son las ideas inadecuadas,  se les dice  de esta manera a lo largo de la Ética, puesto que dentro del spinozismo una idea no puede ser llamada falsa, —como ya se había menciona antes—ya que inmersos en la falsedad no existe nada que pueda ser positivo, y basada en  la proposición XXXII de Ética II, es posible decir que la ideas inadecuadas son simplemente un conocimiento parcial y confuso de las cosas, pero a su vez se siguen con la misma necesidad que las ideas adecuadas (por la proposición XXXVI de Ética II) puesto que tienen también una relación causal entre ellas. Con esto se afirma de igual forma que tanto los errores como las verdades se siguen necesariamente respecto a su relación con Dios y con el individuo mismo.

 

Si bien como se ha dicho anteriormente dentro del régimen de la imaginación el sujeto parece comportarse pasivamente pues cree que piensa, veremos que según se va desarrollando el argumento spoinozista, el filósofo terminara por decirnos que el alma no es completamente pasiva cuando se ubica en este régimen, pero señalara que finalmente éste [régimen de la imaginación] termina por desaparecer, ya que hay una parte perfecta del alma la cual persiste más que la otra[1].

Según lo planteado en la Ética, Spinoza dice que el alma obra con ciertas cosas y padece con otras, en el obrar la acción queda implícita, así como en el padecer la pasividad se establece. Aquello que nos lleva a obrar son las ideas adecuadas, en contraste lo que nos lleva a padecer son las ideas inadecuadas, el situarnos dentro de la imaginación hará que nuestra potencia de obrar se vea disminuida y el sujeto que se ubica en este padecer es aquel que se deja arrastrar por sus pasiones.

Es así que el sujeto de la imaginación tiene un conocimiento vago de las cosas que le hace poseer de estas con menor inteligibilidad su esencia mientras más pasivo sea, pues el origen de las ideas inadecuadas  que se forma de  las cosas se da a partir de sensaciones aisladas que no surgen por la fuerza del entendimiento sino por causas externas que afectan al cuerpo, ya se ha dicho la manera en que se puede salir de este estado imaginativo: es por la fuerza del entendimiento, pero se debe agregar que también es posible hacerlo por la intervención de otro cuerpo que aumente nuestra potencia de obrar y nos saque así de esta pasividad. [2]

Si bien se ha dicho que las ideas del entendimiento y de la imaginación se siguen necesariamente unas de otras y que ambas pertenecen al mismo orden causal, de forma que la esencia de las ideas que son adecuadas en el alma de algún individuo lo son así mismo en Dios. Las leyes por las cuales opera el entendimiento en el alma son leyes diferentes a las que la imaginación le imprime, aunque ambas sean determinadas y necesarias, dado que esta solamente la envuelve de pasividad, como cuando la mente común persigue aquellas cosas que cree como bienes necesarios, sean estos placer, honor o riqueza, lo único que ocupa sus pensamientos, —a condición de que lo propio del sujeto es pensar—,  es la búsqueda de  éstos supuestos bienes haciendo lo que se esté a su alcance por conseguirlos, con lo que se deja de lado a la reflexión y se disminuye su potencia de obrar atándolo a la mera pasión.  El sujeto obra necesariamente según las ideas adecuadas que posee, y padece necesariamente según las ideas inadecuadas que contenga el alma.

Mientras el alma se esfuerza por seguir imaginando va aumentando la potencia del cuerpo, por lo que se puede decir que de alguna forma es esto un modo de afirmar la existencia, siendo un modo de ser en el mundo que se representa por medio de la imaginación de tal manera que no es completamente real y consiste en entregarse solo a un mundo superficial, en el que se somete a un orden mundano por lo que pasa es un ser del mundo.

La pasividad viene de todo aquello que actúa desde fuera, en cierta medida es constitutiva del ser humano considerando que en este hay siempre una mezcla entre la acción y la pasión. Esto quiere decir que no en todo momento somos causa adecuada de nuestros afectos y por ello no somos plenamente activos. Puesto que al formar parte de la Naturaleza padecemos mutaciones que nos hacen acomodarnos a lo que exige el orden común de ella, con lo cual nos hallamos sometidos necesariamente a las pasiones para seguir dicho orden.

La fuerza de estas pasiones entonces se va a explicar con base a la potencia que tiene las causas exteriores sobre la nuestra, dicho de otra manera, el ser humano es capaz de controlar también estas pasiones para poder encajar en el orden natural de las cosas por el mero instinto de sobrevivencia  — así por ejemplo, como podría explicarse en las teorías sobre la evolución, aunque de manera inversa porque en ellas parece que la potencia de los sujetos por existir es mayor, cosa que en Spinoza sucede que a veces la potencia de la causa es externa es mayor a la nuestra y es por ello que nos seguimos dejando llevar por la pasión —  pero Spinoza lo nombra como un esfuerzo por perseverar en existir:

 

“La fuerza y el crecimiento de cualquier pasión y su perseverancia en existir, no se definen por la potencia con que nos esforzamos por perseverar en existir, sino por la potencia de la causa externa comparada con la nuestra”[3]

 

Examinando ahora la fuerza del entendimiento cabe decir, que este tiene sobre las pasiones cierta superioridad —como la tiene sobre la imaginación — con el propósito de utilizarlas para cumplir con sus propios intereses pues las pasiones existen en función de la potencia del cuerpo[4], pero las pasiones y los afectos pueden llegar también   a superar las otras acciones del hombre cuando se definen por la potencia de la causa externa en comparación con la nuestra[5]

En el caso de la potencia de obrar <<conatus>>, puede verse aumentado o disminuido por la relación con otros cuerpos, fundado el deseo que se ejerce sobre ellos es así como nuestra acción se somete a los objetos de forma que, las causas exteriores toman mayor fuerza sobre nuestra alma, nos hacemos dependientes de los objetos con lo que nuestro ánimo se ve esclavizado a lo que sucede en relación con dicho objeto.

Aun con ello es necesario recordar que este sometimiento no es propio de las cosas, más bien proviene del interior del sujeto que deposita en la cosa juicios de valor según la forma en estas le afecten.

El amor — visto desde el ética spinozista— puede ser una de las afecciones que bien pueden explicar la pasividad con que el sujeto se somete a las pasiones, pues es propio del sujeto amoroso entregarse meramente a la contemplación del objeto de nuestro amor, en cual depositamos más bien un deseo finito, seria tal vez uno de esos bienes como los que Spinoza menciona en  el inicio del TIE  que no nos llevaría a la beatitud y que más bien nos mantiene dentro del régimen de la imaginación.

Para alejarnos de los afectos que nos mantienen dentro de la pasividad y que a su vez no nos dan más que un conocimiento parcial de las cosas, es necesario oponer afectos más fuertes, pero algo que también influye dentro de estos es la temporalidad, pues estos suelen ser más fuertes mientras imaginamos sus causas como presentes, y tienden a debilitarse según la lejanía en el tiempo de su imagen pues mientras más lejos se encuentren del sujeto, menos lo podrán afectar.

Es propio entonces que la imaginación se presente a los objetos regularmente como presentes, y es también por esta  importancia que se le da al tiempo en este régimen imaginativo, que se elimina la necesidad de las cosas convirtiéndolas en azarosas y contingentes lo cual ha de conducir al individuo a la irracionalidad misma, cada vez más alejado del entendimiento y una vez que el sujeto se deja llevar por las pasiones propias de la imaginación, solo se entrega más a la pasividad conociendo cada vez menos.

En la medida en que las pasiones nos arrastran a la pasividad y limitación del pensamiento, también llegan a coartar nuestras acciones, pues en este caso es el deseo quien modifica   nuestra conducta dado que nuestro conocimiento del mundo es inadecuado, no se puede obrar y en ese caso lo único que se hace es padecer.

Con esta conducta de servidumbre en la que permanece el sujeto pasivo, no se plantea en el pensamiento de Spinoza la existencia de pulsiones que pueden dar un visón fragmentada de la actividad del sujeto, pues existe solo una, lo que hay son más bien modos de conducta pasiva que no se explican exclusivamente desde el sujeto, sino que más bien necesitan de la acción de las cosas externas sobre nuestro cuerpo par a poder sin entendidos.

En la medida en que el sujeto es tanto extensión como pensamiento, otra parte importante dentro de la imaginación y la pasividad es la corporalidad, el papel que juega el cuerpo dentro de este movimiento pasivo del conocimiento. Es en la Ética en donde Spinoza hablara sobre la raíz de la corporalidad, primero mencionando que el recibir una afección cualquiera en el cuerpo, no  significa que se tenga la idea adecuada del cuerpo externo, de forma que alma imagina un cuerpo externo en la medida que no tiene el conocimiento adecuado de éste y solamente considera los cuerpos externos a partir de las afecciones que tienen en su propio cuerpo, lo cual no implica que se tenga el conocimiento adecuado de éste, es decir, sigue imaginando.

 

“El alma humana no percibe ningún cuerpo externo como existente en acto, sino por las ideas de las afecciones de su cuerpo”[6]

 

El papel del cuerpo entonces dentro del conocimiento de la imaginación es como un mediador que se sitúa entre la idea, que es a su vez inadecuada, y la realidad corpórea, así como también se presenta como un objeto para el mismo conocimiento imaginativo. Así, mientras dura el cuerpo, el alma puede concebir afecciones del cuerpo como actuales, puede imaginar y acordarse de las mismas afecciones, y además concebir cuerpos externos como existentes en acto en tanto el suyo dura, con lo cual parecería que a través de la imaginación cuerpo toma presencia ante el sujeto y el alma existe. Pero esta idea ha de suprimirse más adelante como lo explica Spinoza en Ética II, pues el alma no se destruye con el cuerpo, ya que lo que en ella subsiste es algo eterno[7].

En este punto encontramos una diferencia entre la concepción de alma y cuerpo, en la forma en que Descartes los describía pues el alma no es una forma del cuerpo y no están separados el uno del otro, más bien forman una unidad. Pues para Spinoza el cuerpo es aquello que determina el contenido y la potencialidad del alma. En esta unidad de alma y cuerpo, cada uno posee su propia esencia  orden causal y expresan el mismo orden causal de dos distintos modos:  el campo del cuerpo es el campo de las acciones y el del alma el de los pensamientos, pero no puede uno actuar sin el otro.

El cuerpo humano es mera acción y movimiento y para su conservación se necesitan de otros cuerpos externos, que no alteran la identidad individual de cada uno. Aun cuando cuerpo y alma no estén separados, cada uno de ellos posee autonomía con respecto al otro en el campo de la individuación, pero así mismo la identidad y perfección del alma, tiene una relación de dependencia con la identidad del cuerpo y viceversa.

En conclusión, el cuerpo funciona como un medio de conocimiento para el régimen de la imaginación que se vale de la afección de otros cuerpos con respecto a él. La pasividad de la que se reviste el conocimiento imaginativo no es meramente consecuencia del carácter receptivo del cuerpo, o sea, no hay una pasividad total en este, por el hecho de que debe existir una acción y reacción de las cosas externas que no afectan, pues no es que solo queden impresas en él, también se requiere cierto trabajo por parte del cuerpo.

NOTAS

[1] Et V, p. XL, corol.

[2] TIE 84

[3] Et IV, p. V

[4] Tejedor Campomanes César. Una antropología del conocimiento. Estudio sobre Spinoza.  Ed. Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas Madrid, 1981. p.86

[5] ET IV, p. VI, demos.

[6] ET II, p. XXVI

[7] ET II, p. XXIII

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Tejedor Campomanes César. Una antropología del conocimiento. Estudio sobre Spinoza.  Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas Madrid, 1981.
  • Spinoza (2008). Ética demostrada según el orden geométrico. México. FCE.
  • Spinoza, Baruch. (2014). Tratado de la Reforma del Entendimiento. Principios de la filosofía de Descartes. Pensamientos metafísicos. Madrid: Alianza.